RESEÑAS

Reseña por:
CLÉVER LARA
MONTEVIDEO, URUGUAY - 2004


Los trabajos de Gabriela Berlingeri surgen de la alianza entre una fuerte estructuración compositiva y un enriquecimiento textural de la superficie pictórica.

La naturaleza de esa estructura y de los ritmos a ella asociados, así como al carácter de sus texturas oscilan entre un orden arquitectónico, rectilíneo y la alusión al mundo natural.

En el primer caso, el orden geométrico está basado en estructuras que hacen recordar el repertorio del cubismo analítico. Las tensiones entre las formas y tamaños de las superficies en que se dividen sus obras revelan un sutil manejo de las proporciones. Así pequeños rectángulos, números o puntos contrastan con las áreas donde se instalan. Se constituyen en “accidentes” o condensaciones de la forma.

La arena, la marmolina, el polvo de ladrillos, al ser adheridos al soporte mantienen muchas veces su coloración natural y en su dureza se asocian a la imagen arquitectónica del cuadro.

Otras veces, la geometría de sus obras se “ablanda” buscando aludir, como dijimos, al mundo natural (el agua, los árboles, el cielo...).

La opción por las curvas nace de una empatía con los ritmos de los fluidos. Lo sólido deja paso a una sintonía con lo líquido o a lo aéreo. Incorpora además diferentes telas, las que en su “blandura” apoyan estas opciones rítmicas.

Por un lado una geometría de “borde duro” convive con un planteo sensibilizador de la superficie. Por otro una geometría sensible, curvilínea, la aleja del cubismo analítico y la acerca a otros planteos del Siglo XX como los de Paul Klee. De todos modos, en estos casos, su texturalismo se opone a la levedad de la acuarela, técnica a la que apela en muchas de sus pinturas el genial pintor suizo.

En esa oscilación, en esas dos vertientes, se percibe un sentido del tono, de la geometría y del ritmo cuya fuente es más cercana. Torres García, en nuestro medio fue un abanderado de esas premisas. Aunque esos dos caminos mencionados, no se parezcan externamente a la pintura del maestro uruguayo, los hilos conductores que nacen de ella posibilitan el acceso maduro a los mismos.




Reseña por:
PABLO THIAGO ROCCA
MONTEVIDEO, URUGUAY - 2005


Tomando como guía inicial un boceto dibujado en papel, Gabriela Berlingeri comienza estirando finos hilos sobre tablas de madera compensada para enseguida añadir elementos de fuerte énfasis textural. Es una cartografía que se sirve de la gravedad para sus espesores y adherencias pero que al proyectarse verticalmente genera nuevas relaciones con el plano: el mapa se transforma en ventana. Las tramas abiertas de las gasas y arpilleras o las más cerradas de las entretelas se combinan con diferentes granos de arena, mármol, granito, ceniza, ladrillo y carbón, en una paleta cálida y terrestre. A diferencia de los típicos trabajos del informalismo matérico de los años 50’ y 60’, estos sedimentos están ceñidos a un orden geométrico que impera en el cuadro con cierta calma poética. En algunas obras (Estratos, RGB, Peldaños) la escala tonal invoca a la escala espacial y sugiere una lógica de perspectivas facetadas. La mirada se eleva siguiendo una progresión de horizontes y planos inclinados que parecieran iniciarse allende el cuadro, como ángulos de grandes figuras geométricas (cuadrados, rectángulos, trapecios) que pudieran quedar “atrapados” dentro de la composición según esta proyección imaginaria. En otras obras, los colores ferruginosos y sanguíneos (Poseidón) o los neblinosos y cenizas (Naves) acompañan la insinuación del tránsito marítimo, sugiriendo leves fundidos y lentas marchas de buques entrando y saliendo del puerto. Próximas al centro de todas las composiciones hay esgrafiadas unas figuras diminutas y solitarias, imperceptibles para el observador apurado. La presencia humana transforma el área que la circunda en una inmensidad, al modo de los personajes de Piranesi extraviados en la vastedad de las ruinas romanas. Hay un acento decididamente lúdico en esta inclusión, pues también, en otro sentido, la pintura es pensada como un ámbito donde el artista puede esconderse.




Reseña por:
RAFAEL VERGEL
“Nude: el momento del boceto”
ALMERÍA , ESPAÑA - 2013


La obra de arte tiene por lo común un proceso secuencial. Desde su comienzo, una idea vaga o clara, un chispazo de la intuición intelectual pura, una revelación mental o senti”mental”, hasta su final como obra de arte concluida y resuelta, existe un laberinto escalonado de posibilidades y elecciones en el que aquel “soplo de musa” que nos despertó inquietos de madrugada, va madurando, pasando pantallas, resolviendo puertas y caminos, pero con el desasosiego inherente al hecho de la creación artística. Tan solo asistida por la tensión de un débil hilo que desde nuestro inconsciente oscuro intenta conectar con la luz exterior.

Conforme avanza y evoluciona este proceso, aumenta el compromiso y el miedo al fracaso, pasando con frecuencia por las crestas y los valles que como onda cardíaca mantienen un pulso continuado con el artista y su preocupación: la obra final. Algo indefinido, lejano e inimaginable, pero perseguido con fe ciega. A esta fe ungida de devoción incomprensible le revolotea la pregunta que nos aturde siempre: ¿Se termina una obra de arte...? La crítica suele responder que no, que toda creación siempre está inacabada y ahí reside su omnipresencia vital susceptible de ser transformada potencial e infinitamente. Pero, hay que dejarlo claro, o la acabamos o ella acaba con nosotros.

En ese “in crescendo” que supone el andamiaje de la obra de arte, despunta la fase del boceto como un primer nivel de sustentación. El boceto, el bosquejo, el apunte, es la fase más libre y creativa desde la “confusa nada”. Representa un momento efervescente, eufórico a veces, del que penden la originalidad y brillantez del concepto definitivo. Supone el despegue, la fase más pesada y tediosa, ordenar, priorizar, elegir y rechazar armónicamente. Levantar el vuelo desde el caos mental hasta el orden y el placer del planeo ingrávido y ondulante de la obra dominada. Se transluce en ellos la primera intención del artista, la genuina, aquella que lleva la “verdad ideal” del ideal mundo dimensional del que proviene. Llega fresca y sin contaminar. “Alla prima” solían aconsejar los maestros, sin titubeos. Es esta pureza naciente la que nos atrae del boceto, del estudio rápido e inacabado. Su naturaleza provisional e improvisada, la belleza inocente del trazo gestual y corregido, el arabesco libre pero firme o la primera mancha desdibujada o repintada, nos hablan directamente al corazón.

En el bosquejo el artista avanza sin miedo a sucumbir, avanza con energía, sin temor a los límites que nos esperan en la fase de precisión y acabado. Allí donde la mente, el pulso y las convenciones nos aguardan. Es el lugar donde el artista no piensa en el público que contemplará la obra final. Es un espacio donde siente el porqué de su obra. También es un área de laboratorio, donde ensayamos y enseñamos para la posteridad. Siempre he aprendido mucho más de las obras inacabadas en estos estados iniciales que de las terminadas impecablemente, porque allí, en esa indecisión, es donde late su genuino corazón, debajo de la impecable piel.

Esta bella colección de apuntes fugaces del desnudo humano que nos presenta Gabriela Berlingeri se aloja en esta fase del boceto sentido, instantáneo, impreciso y a veces, como también debe ocurrir, inacabado, pero con una gran pureza naciente. Serán sin duda, notas de preámbulo para el desarrollo y la investigación de obras maduras y decididas. Apuntes jóvenes y voladores de esta acuarelista sutil que viajan desde la noche latina de brillo estrellado y mate aromático en su Uruguay natal, hasta nosotros y nosotras.